Nuevamente las desgracias provocadas por los fenómenos naturales nos restriegan en la cara, algo que jamás queremos comprender: La necesidad de instituir un sistema nacional de prevención climática y agroclimática.
El Perú por ser un país con una geografía extremadamente compleja, está permanentemente expuesto a sufrir embates de la naturaleza. Y como si los múltiples desastres que hemos padecido a lo largo de nuestra historia (y seguimos padeciendo), no hubieran sido suficiente como para aprender la lección, esta vez nuevamente el fenómeno “El Niño” (y ciclón Yaku para la comunidad científica oficial y muchos peruanos) ha venido a desnudar nuestra patética negligencia como Estado.
A apenas cinco años después del último fenómeno “El Niño” (2016-2017) que castigó duramente al norte, principalmente a Piura, los Andes del centro y las regiones políticas del norte están soportando nuevamente el desfondamiento del cielo, manifestación típica de ese fenómeno que provoca lluvias torrenciales, deslizamientos, desbordes e inundaciones devastadores, que están arruinando la precaria economía de los productores, tras la llegada de la pandemia de la covid-19. La superficie afectada de cultivos ya sobrepasó las 35.000 hectáreas y el área perdida, más de 16.000 ha, principalmente con cultivos de maíz amarillo duro, banano, mango, arándanos, paltas, algodón.
Según evaluaciones preliminares, las copiosas lluvias que caen en varias regiones del país, ya han generado daños y pérdidas por alrededor de 1.200 millones de soles, según el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).
Este fenómeno también está demostrando la patética ineptitud de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios (ARCC), que no ha cumplido con ejecutar las obras que se tenía previsto en el norte, no obstante contar con un presupuesto de 25 000 millones de soles y con la asistencia técnica del equipo de implementación británico (UKDT).
La incapacidad de dicho organismo ha sido cuestionada por el contralor general de la República, Nelson Shack, quien ha manifestado que la intervención de esta entidad en la búsqueda de soluciones a los problemas integrales en el manejo de las cuencas hidrográficas, así como la ejecución de obras de defensas ribereñas, la construcción de represas, forestación y reforestación, entre otras, ha sido casi nula en casi seis años.
A esto hay que sumar la responsabilidad directa de los gobiernos subnacionales cuya tarea es planificar, manejar y gestionar sus territorios, cuyas autoridades –se supone– conocen sus territorios, y porque en cada campaña electoral, con el fin de ganar votos, algunos candidatos prometen entregar a los electores lotes de terreno para la edificación de sus “viviendas soñadas”, sin importar si éstos estén ubicados en zonas de alto riesgo. Las autoridades están para hacer cumplir la ley que prohíbe la construcción de viviendas en las riberas de los ríos y mantener la intangibilidad de las quebradas a nivel nacional.
Por ello, el anuncio (el 13 último) de la presidenta de la república, Dra. Dina Boluarte Zegarra, sobre la creación de la Autoridad Nacional de Infraestructura (ANI), con el objetivo de impulsar las obras emblemáticas que se requieren en el país y prevenir los efectos adversos de los fenómenos naturales, solo sería un cambio de nombre, si nos preocupamos más por la investigación, la predicción científica de los fenómenos naturales, asimilando todas las experiencias ancestrales y externas y asignando esa responsabilidad a científicos y técnicos serios.
Dicho sea de paso, lo que hoy está ocurriendo con el clima en el Perú fue advertido en mayo del 2022 por el Ing. Met. Wilian Alva León, presidente de la Sociedad de Meteorólogos del Perú, quien vaticinó la reedición de “El Niño” en el primer trimestre del 2023, y el único medio que hizo eco de ese pronóstico fue AGROPERÚ Informa, en sus ediciones de junio y septiembre del 2022, y de enero y febrero últimos.
Por otro lado, ya es hora de impulsar campañas de concientización a la población para instaurar una cultura de prevención para no seguir pagando las funestas consecuencias del descuido suicida, que cíclicamente nos revientan en el rostro.
Finalmente, como lo sostiene uno de los mayores expertos nacionales en gestión de aguas, Dr. Axel Dourojeanni Ricordi, parte de los fenómenos naturales no tienen por qué convertirse en desastres. “Los fenómenos o eventos naturales sean o no “extremos” no son desastres naturales”. Los desastres originados por estos fenómenos o eventos recurrentes son lamentablemente, y en gran parte, causados por la propia población y sus autoridades corruptas en los tres niveles de gobierno.
Para el experto, nada pone en evidencia la ineptitud de una sociedad y sus gobiernos, que la ocurrencia de un evento natural, sea recurrente o no en el tiempo. Por el contrario, las copiosas lluvias ayudan a recargar acuíferos y regar valles sedientos. Pero las precipitaciones se convierten en tragedia por negligencia de las autoridades, la corrupción, la inestabilidad.
Estas críticas están orientadas a suscitar reflexión y rectificación, entre nuestros estratos dirigenciales y para poner en práctica planes integrales de investigación, prevención y mitigación de los posibles desastres asociados al desquiciamiento del clima y terremotos. Ha llegado la hora de aprender la lección.